jueves, 25 de marzo de 2010

Te paso a buscar allá afuera



Nogueira, Torturra Bruno; Te pego lá fora: Corpo de um lado, percepção de outro: é a ciência da conscienciologia, testada e aprovada; trad. Túrin; rev. Rodrigo Scheuer Brum; Site Revista Trip; Comportamento; Vida Saudável; 5 fotos; São Paulo, SP, Brasil; 09/12/2009. Disponible en 25/03/2010.

Cuerpo de un lado, percepción de otro: Es la ciencia de la concienciología, probada y aprobada.

Intentando entender cual es la frontera que separa su mente de su cuerpo, nuestro reportero va detrás de la megacomunidad de la concienciología, en Foz de Iguazú. Bajo los cuidados de Waldo Vieira, fundador de esta nueva ciencia, se entrega a las técnicas proyectivas y se ve dividido en dos: Percepción de un lado, y carcasa de otro.

Le guste o no, no tiene elección. Su psicosoma abandona la realidad intrafísica y se manifiesta en dimensiones menos densas, en donde estaba antes de volverse una concin y hacia donde volverá como conciex tras la desoma. Le guste o no, querido lector que tantas vidas ya vivió..., cuando a su mentalsoma le parezca bien resomarse en un vehículo biológico sobre la Tierra u otro planeta, vivirá las consecuencias de todo cuanto esté de acuerdo con la cosmoética. Ingenuo terráqueo, vea su condición como ciudadano del universo: Su cuerpecito de carne y hueso y su fabuloso cerebro son sólo interfaces que necesita para lidiar con esta versión de la materia que nosotros llamamos, en nuestra miopía, la realidad. Todo en nombre de un proceso evolutivo aún mal comprendido por nuestra tullida humanidad. "¿Quién lo dice?"- preguntas. Lo dice el profesor Waldo Vieira.

Pero no necesita creer en él. Además, tampoco debe. La recomendación es del propio Waldo, quizás la única teoría, -en su colosal colección de teorías-, que él carga como un dogma. Es el "Principio de descreencia", que fue escrito así: "No crea en nada, ni siquiera en lo que le decimos aquí. Experimente, saque sus propias conclusiones".



Waldo Vieira orgulloso ante su colección de 5.398 diccionarios.
Foto: Bruno Torturra Nogueira

Una definición que está clavada en metal o impresa en cualquiera de las unidades de Brasil que representan su filosofía tanto espiritual como antirreligiosa: la concienciología. Una extensa, muy extensa visión de los fenómenos del universo, que coloca la conciencia como base y objetivo de todo. Y que, entre decenas de ramificaciones, estudia y utiliza como prueba de sus preceptos la capacidad que la conciencia tiene de proyectarse. Es decir, salir del vehículo biológico y, con la debida lucidez, tener acceso a otras dimensiones donde nos manifestamos. Fue a causa de eso que busqué a Waldo Vieira. Para probarme a mí mismo que es posible tener una experiencia fuera del cuerpo.

En los últimos años, entre reportajes e investigaciones personales, tuve algunas pocas, pero profundas experiencias, que podrían ser leídas como de este tipo. Claro que creer en eso es más un ejercicio de fe que de lógica. Fue con veneno de sapo y su bufotonina, con DMT inhalado o 110 mg. de Kaetamina intramuscular, que cualquier vestigio de sensación corpórea desapareció y sentí mi percepción suelta en dimensiones muy diferentes de lo habitual. Leves indicios de telepatía y contactos con espíritus sucedieron también. Para el análisis del presente reportaje, busqué también la ayuda de un hipnólogo para que me intentara sacar del cuerpo y, de alguna forma, comprobar semejante hecho por medio de visualización remota. Me sentí lejos de mí, pero no se originó ninguna prueba. Por tanto, descubrir si la frontera de los sentidos acaba o sólo comienza en el cuerpo, era aún un deseo no realizado. Cuando escuché acerca de las investigaciones de Waldo Vieira, el itinerario lógico fue volar a Foz de Iguazú y probar si yo y mi cuerpo eran dos cosas distintas.

El itinerario lógico fue volar a Foz de Iguazú y probar si yo y mi cuerpo eran dos cosas distintas.

Ex-pírita

Waldo es muy conocido por quien entiende de espiritismo. En los años 50, como consecuencia de sus precoces dones interdimensionales, se implicó con el “alto clero” de la versión brasileña del kardecismo. Fue brazo derecho de Chico Xavier por más de 20 años, escribió libros con el considerado mayor médium brasileño y ayudó a construir los centros y las bases de la estructura que hasta hoy abriga la comunidad espírita en el país. Sin embargo él asevera que “discrepaba de mucho de aquello”. Exceso de creencia, dogmatismo y toda la liturgia que transformaron la interpretación de aquellas experiencias en una religión. Algo que él define como “prisión ideológica”, “megaplacebo social”, “experiencia fallida” y similares. “Para mí estos fenómenos son naturales, no son místicos, ¿está entendiendo como es?. Por eso necesitamos palabras claras y precisas para hablar de estas cosas.”

Su jornada de independencia parapsíquica comenzó con el lanzamiento de su primer libro en 1980. “Projeções da consciência” (Disponible en español “Proyecciones de la conciencia”) compila más de 60 experiencias fuera del cuerpo del propio Waldo. En sus relatos comienza a prescindir de términos antiguos, a favor de neologismos libres de peso religioso. “Espíritu” se transforma en “psicosoma”, “mentalsoma”, “conciex”. Redefine conceptos de cuerpo, muerte, encarnación, mente, destino, genética, memoria y similares. Hoy, a los 77 años, sin contener la magnitud de sus pretensiones, Waldo ha creado más de 5.000 palabras y ha escrito 28 libros; 20 de ellos sobre concienciología y sus vertientes. Algunos con más de mil páginas. Se jacta de haber recorrido todo el mundo como estudioso, investigador y conferenciante. Pero hoy no se mueve de donde está, de los vastos terrenos que la concienciología consiguió comprar con los esfuerzos y donaciones de sus adeptos.


La tertulia diaria de Waldo – portátiles y alumnos abnegados y más de 600 asistiendo por internet
Foto: Bruno Torturra Nogueira

Son 1.616.000 m2, aproximadamente 160 hectáreas, que cobijan la llamada Cognópolis, “ciudad del conocimiento”, reconocida en mayo pasado por un decreto de Foz de Iguazú como el barrio más nuevo de la ciudad. Parte de ella es el corazón de la comunidad, Ceaec, o Centro de Altos Estudios de la Concienciología. Se trata de un complejo de 41 edificios, entre residencias, laboratorios de diferentes tipos y construcciones de pintorescos nombres.

Estamos en el Holociclo, una inmensa biblioteca y también un compendio de muchas, muchas colecciones que ilustran un poco del ecléctico conocimiento humano. Allí hay exactamente 738.706 “artefactos del saber”, como ellos llaman, como almejas de mar, sombreros de época, objetos de China... y la lista sigue. 83.101 libros. 455.133 recortes distintos, organizados en orden alfabético, que van desde asuntos como el “Holocausto nuclear” al “Desaprendizaje”. Todos los recortes son seleccionados por algunos de los más de 600 voluntarios que trabajan en el Ceaec, que se reúnen para evaluar cualquier pieza de medio impreso que les llegue a las manos.

Todo es un esfuerzo colectivo para ayudar a Waldo a concluir su obra magna: La Enciclopedia de la Concienciología, 12 tomos que sumarán más de 10.000 páginas con la definición de más de 2.000 artículos. Fue trabajando en ella, ya temprano, sentado en la punta de la mesa, que encontré a Waldo Vieira. Animado, de mente ágil y ojos vivos, conduce la entrevista prácticamente solo. Se remonta un poco en su trayectoria hablando de cómo la ciudad de Brasilia fue construida por encargos enviados por conciexes en sesiones espíritas. “Juscelino siempre mandaba a la gente a hablar con nosotros. Venía un general a tomar los mensajes.” Y fue justamente una conexión con Kubitschek la que colocó al arquitecto de Brasilia en la historia de la concienciología. Una sobrina de JK, Maria Stella Kubitschek, intercedió junto a Oscar Niemeyer. Como un favor, sin cobrar nada, el centenario arquitecto entregó el año pasado un proyecto nada modesto para la construcción de la Holoteca: Una megabiblioteca/auditorio que costará por lo menos 13 millones de reales y que promete colocar la Cognópolis definitivamente en el mapa turístico y cultural de Brasil. Tanto que, por primera vez, en función de este proyecto, el dinero público puede financiar una obra de la concienciología. Hasta hoy, toda la Cognópolis y las decenas de centros por Brasil fueron pagados sólo mediante ventas de libros y donaciones de pequeño importe.



El reportero Bruno dejando el laboratorio, después de nadar en otras dimensiones
Foto: Bruno Torturra Nogueira

Todos en el Ceaec prefieren vestir de blanco. Un blanco impecable de blanqueador. Muchos adoptan también la bata blanca de laboratorio. Da el aire científico, educacional, que Waldo, con su no menos alba barba, aprecia en su ideario. Todos por allí son personas que, por un camino u otro, se vieron fuera del cuerpo, en contacto con conciencias desencarnadas, dentro de una realidad invisible que trasciende la muerte y da fundamento a la propia vida. Gente que no se entregó a las vendas de la religión o al materialismo de la ciencia oficial. Y que vio en las largas barbas y en las palabras de Waldo Vieira una explicación para nuestro desamparo cósmico.

Muchos llegan al punto de dejar su ciudad de origen para convivir con sus semejantes –y con Waldo– en el Ceaec. Uno de ellos, de tan dedicado y competente, nativo de Florianópolis, se volvió administrador de muchos proyectos ligados a la concienciología. Llamado por Vieira el “alcalde de la Cognópolis”, César Cordioli me muestra un poco del futuro de la ciudad del conocimiento. “Este terreno aquí”, y muestra una imagen de un área enorme asignada al Ceaec, “va a ser la Villa Conscientia.” Una partición de terreno residencial en la que van a vivir 600 familias, todas ligadas a los estudios y a la proyección extrafísica. La gran mayoría de los terrenos ya está vendida. Después del estatus oficial de barrio, Cognópolis entró en los folletos turísticos de Foz de Iguazú. César prevé: “Un día todo eso será una universidad, va a formar profesionales de la conciencia. Creo que es inevitable”.

Muerto, pero vivo

De alguna forma César representa muy bien el proceso por el cual una persona cambia de vida para tomar parte en el plan evolucionario en la Cognópolis. A lo largo de su trayectoria, buscó en muchos lugares respuestas a sus preguntas – Rosa Cruz, espiritismo. “Pero igual a eso aquí no hay”, resume ante dos estanterías suyas, repletas de carpetas de estudios y delante de uno de los megalibros de Waldo, Proyecciología, abierto en un aparador como una Biblia de una hogar cristiano. –“¿Pero cuándo vio realmente que la cosa funcionaba, César? ¿Cuándo se convenció de que Waldo tenía razón?”. –“Vi una conferencia suya en Florianópolis y me gustó. Empecé a leer más sobre el asunto e intenté unas proyecciones. Hasta el día en que encontré un tío mío que había muerto”.

“Y me dijo que debería ir a la Justicia, porque un proceso que él dejó corriendo había terminado y tenía dinero esperando”, cuenta sonriendo. “Y realmente lo había, y era algo que nadie de la familia sabía.” Tal como en la historia de César, son muchos los casos en que hay pruebas de que la proyección existe, de que no es una alucinación, es el vislumbre de que espíritus, o mejor, conciexes llevan una vida social muy semejante a la nuestra en la Tierra. Conversan, piensan en dinero, amor, cultivan apegos, rabias y manías. Pueden aprender, cambiar y evolucionar. Y poseen también un cuerpo, menos denso, es verdad, más flexible y mutable, mas aún limitado en tamaño. Es como si también en el más allá hubiera una vida mundana. Y eso es lo que yo quiero ver en persona.

Dios mío, está funcionando. Estoy en el cuarto, mi cuerpo inerte en la cama, y yo, de alguna forma, circulando por allí.

Después de mucho insistir, y esquivar alguna resistencia de profesores del Ceaec, conseguí del propio Waldo la autorización para pasar la tarde intentando una proyección lúcida. Eso después de que él colocara las manos sobre mi cabeza e hiciera correr un extraño flujo de energía que subía de mis pies y llegaba a la cabeza, como si calentara mi cerebro, o una leve corriente eléctrica saliera por la coronilla. Fui conducido a una simple habitación, una casita en verdad, sin aparatos, medidores ni nada que justificara el solemne título: “Laboratorio de Técnicas Proyectivas”. Hay una cama de matrimonio, un sillón delante de un espejo, paredes azules, aire acondicionado y un escritorio con libros de Waldo. No hay ningún doctor allá adentro, sólo la persona que va a conducir el experimento, que es también la cobaya –yo, en este caso. Son las tres de la tarde, y durante las próximas dos horas y media debo dejar cualquier preocupación mundana o personal de lado para que pueda tener alguna oportunidad de éxito en mi intento.

Yo somos

Al preguntar porqué aquel lugar era el más adecuado para el trabajo que, digamos, mi cuarto en casa, me informan de que fueron tantas las experiencias proyectivas en aquel ambiente, que conciencias desencarnadas de buenas intenciones rondan el lugar. “Los amparadores”, explican, “pueden ayudar mucho en ese momento.” Entonces, solo en el cuarto, bastante aterrado, únicamente me acosté, descalzo y con el pantalón desabrochado. Cerré los ojos y quise, con todas mis fuerzas, que la experiencia funcionara.

Siguiendo los consejos en los manuales, visualizaba escenas de un cuerpo energético dejando mi cabeza. Veinte, 30, 40 minutos y practicaba el mismo tipo de disciplina mental que me ayudó mucho a tener éxito en prácticas como el sueño lúcido (vea Trip nº167, en portugués) y viajes psicodélicos de exuberante intensidad. Es decir, conservar en la base de la voluntad un foco nítido, un plan, que será mi ancla de estabilidad en el momento en que la mente despegue hacia lugares desconocidos. El tiempo pasa, un sueño diferente me embriaga hasta que la nítida imagen de un ojo aparece estampada en la parte de dentro de mi párpado derecho. La lucidez no me abandona, pero vaga mareada hasta que me veo de pié en el cuarto azul.

Hay una mujer de uniforme barriendo el suelo. La lucidez vacila, y no estoy completamente entregado a la experiencia. Hasta que me despido educadamente, ella no me responde nada, y una ola de bienestar estalla en mí. Dios mío, está funcionando. Estoy en el cuarto, no hay duda, mi cuerpo inerte en la cama, y yo, de alguna forma, circulando por allí. Entonces veo un árbol pequeño que emana luz blanca. Entro en auténtico shock al tener una súbita comprensión no verbal de cómo un árbol cualquiera es evidentemente sagrado. Mi psicosoma llora súbitamente y me veo al segundo siguiente flotando en el océano, sobre una tabla de surf. Atravieso una, dos, tres olas. Y decido hacer surf en una de ellas.



Oscar Niemeyer entrega y firma la Holoteca, megaproyecto que puede colocar la concienciología en las alturas.

Así que doy media vuelta, disponiéndome para el impulso, estoy de pie, intentando salir del mar que, en vez de una playa, acaba en la habitación donde estoy, ante la cama donde mi cuerpo está acostado. ¡Y pumba! Abro los ojos y estoy de vuelta a la versión ordinaria de la conciencia.

Me senté en la cama, medio confuso y en estado de shock. ¿Estaba fuera del cuerpo? Sí. ¿De veras? No lo sé... No traje ningún dato que demuestre, fríamente, que salí de mis límites físicos. No conversé con seres que me dijeran cosas verificables ni vi lugares que después pudiera confirmar como reales. Pero digo, sin dudarlo, que era una sensación muy diferente a la de un sueño. Tampoco tenía las cualidades de la vida en vigilia ni de un trip psicodélico. Me sentía presente, pero pensando en caminos distintos de la mente.

Cuando consigo levantarme, ya son más de las cinco de la tarde. Veo que no hay luz eléctrica. Allí, en Foz de Iguazú, al lado de la represa hidroeléctrica de Itaipú, un día después del apagón de noviembre, es casi inevitable afrontar aquel miniapagón como una señal. Aunque una señal vacía, apartada de un significado claro, como si espíritus, conciencias, Dios, o el cosmos no pasaran, todo eso, de proyecciones de una realidad mayor. Si salí del cuerpo para dar una vueltita en otras frecuencias, algo de aquella dimensión me retribuyó la visita, y dijo “hola” apagando la luz.

Salgo del cuarto y camino solo por el Ceaec. Cuento la experiencia a algunos investigadores dando facilidades para que terminen el expediente. La mayoría se impresiona, dada mi falta de entrenamiento en la proyecciología. La entienden como una proyección, pero no se arriesgan a interpretar. “Practique más, estudie mucho que puede llegar lejos”, fue el consejo general de las personas en el Ceaec. Saliendo fuera, impresiona, al lego reportero, la dimensión del proyecto que Waldo Vieira hizo nacer.

A pesar de la estética y de las conjeturas que pueden fácilmente provocar risas en escépticos, una mente más abierta consigue percibir que mucho de lo dicho por allí tiene sentido. Y la raíz de la cuestión es algo que falta en exceso en un mundo en franca crisis espiritual... el intento serio de encontrar un terreno común entre ciencia y religión. O mejor, de tratar con lucidez aquello que la ciencia se niega a ver, y lo que la religión insiste en mistificar: el carácter multidimensional e inmaterial de la vida, de la conciencia que nos hace seres espirituales. Y buscar de la manera más ecléctica posible cuales son las fuerzas y las intenciones que mueven la evolución hacia delante. ¿Creo en Waldo Vieira? Sí. Por eso mismo dudo de él. “Principio de descreencia”, ¿de acuerdo? Entonces escucho las explicaciones sobre la dinámica cósmica concienciológica con auténtico interés y doy ánimos para que prosperen. Pero con la clara sensación de que la verdad, ¡La Verdad!, si existe, está en lugares inaccesibles al dual cerebro humano – y todavía lejos de aquello que los milenios antes de Waldo Vieira bautizaron como espíritu.

Agradecimentos a Tarobá Express Hotel - Rua Tarobá, 1.084, Centro, Foz de Iguazú, Brasil.

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4 comentarios:

Edgardo Winczur dijo...

Me sorprendió enterarme del proyecto de una ciudad dedicada a la concienciologia en Brasil.
He iniciado por mi cuenta experiencias de sueños vívidos hace algunos años y pude obtener mediante estudios personales con las entidades con las cuales me comunico conocimientos ampliatorios sobre este tema tan interesante. Precisamente ayer pude saber que estas experiencias son inducidas por entidades espirituales, tal como lo expresa César con el nombre de "los amparadores", explicando el motivo por el cual las técnicas pueden variar de una persona a otra. También es esclarecedor su enfoque,permitiendo comprender que las OBE no necesariamente son viajes fuera del cuerpo, sino intracorpóreos. Son tan reales y vívidos que parecieran serlo.
Muy reconfortante su experiencia y muy bien divulgada, centrada en hallar un camino común entre ciencia y religión.
Gracias por esta información. Saludos.

Rodrigo Scheuer Brum dijo...

Gracias por tu comentario Edgardo. ¡Saludos!

Anónimo dijo...

Gracias por tu relato tan pormenorizado y objetivo,esta clase de artículos son muy útiles para muchas personas, un saludo, Maria

Rodrigo Scheuer Brum dijo...

Gracias por tu comentario Maria. Saludos!